Cada pérdida que vivimos a lo largo de nuestras vidas puede dejarnos un gran dolor en el corazón. Especialmente porque la mayoría son inesperadas. Podemos experimentar una pérdida por muchas razones como, por ejemplo, una muerte por accidente, enfermedad repentina, o gente querida que decide quitarse la vida. También perdemos cosas materiales, una casa quemada con todas tus pertenencias, o tener que salir de tu país porque tu vida está en riesgo. Asimismo, las relaciones que terminan de forma abrupta, y las personas que se alejan de tu vida sin dar explicación son pérdidas dolorosas.
Y, ¿te digo algo que parece obvio pero que muchos olvidamos? Todos hemos vivido momentos difíciles de pérdida en algún punto de nuestras vidas, yo incluida, porque he experimentado numerosas pérdidas en carne propia. Pero justo por eso sé que no podemos permitir que nos invada la tristeza profunda, no podemos dejar de mirar al futuro, de apreciar el presente y vivir los aspectos bonitos de la vida que aún quedan, a pesar de todo lo sucedido.
Mis acompañamientos como Coach de Duelo a quienes también han lidiado con una pérdida, me han llevado a reflexionar sobre el dolor no expresado, y esos duelos que nos trastocan la vida y nos dejan sin entender una gran cantidad de emociones durante un tiempo.
Antes de sentarme a escribir este blog, retomé la lectura de dos libros que han sido mi guía sobre el tema. El primero, “The Love Never Ends” (El Amor nunca termina) escrito por mi maestra espiritual Sunny Dawn Johnston, y el segundo, “Déjalos Ir con Amor” de Nancy O’Connor. A su vez, volví a revisar las páginas de mi libro “De las Cenizas al Amor” para refrescar el camino del duelo, siendo mis experiencias en este proceso la base de su creación.
Un gigante dormido.
Con este escrito te entrego, con infinito amor, la idea de que todos en un momento u otro vamos a vivir la tristeza de separarnos de un ser amado. Es inevitable. Y es por ello que busco que soltemos el tabú de hablar del tema. De hacerlo sin miedo, con apertura, dejando aflorar los sentimientos, permitiéndonos sentir ese hueco en el pecho y dejando brotar cuantas lágrimas sean necesarias para mitigar ese dolor en medio del proceso, mientras llega la aceptación de esa nueva realidad. Por mi propia experiencia he entendido que el dolor que todos sentimos por la separación es genuino y humano.
Aunque nos pidan tener fortaleza y la tengamos, también es válido caer y desplomarse cuando aparecen las emociones de tristeza, dolor, desconsuelo, desolación y desesperanza. Como todo proceso, el duelo tiene su tiempo de maduración, hay que permitirle expresarse y desarrollarse para el bien emocional, mental y físico de cada individuo.
Cuando evitamos sentir eso que tanto nos duele, la rabia que nos produce no entender, la soledad porque no volveremos a ver a quienes hemos perdido, o la incertidumbre por conversaciones que nunca se dieron (en muchos casos, no hubo tiempo para explicar), es en esos momentos, cuando debemos permitirnos sentir cada emoción.
Necesitamos expresarlo todo sin preocuparnos por la crítica o lo que otros dirán. Sin temor a ser juzgados por no tener fe, por sentir tristeza al mostrar nuestra vulnerabilidad ante quienes intentan consolarnos, o por intentar controlar lo que sentimos para aparentar ser fuertes frente a nuestra familia que nos necesita.
Porque si no, los días pasan, y el duelo se queda atrapado, escondido, hasta que, en el instante menos esperado, cualquier suceso doloroso nos recuerda que hay un gigante dormido que debemos atender. O, muy frecuentemente, sin entender por qué, nos enfrentamos a un proceso de gripe, infección pulmonar o sinusitis. Y esto no es más que el cuerpo físico necesitando drenar y liberar todas esas lágrimas que se quedaron secas dentro del pecho cuando evitamos llorar por miedo.
La muerte es parte de la vida.
La comprensión de la muerte y el duelo nos lleva a explorar las capas más profundas de nuestra existencia. Es un proceso que va más allá de la simple aceptación de la pérdida; es una inmersión en la complejidad de las emociones humanas y la necesidad de expresarlas de manera auténtica. En mi búsqueda de comprensión, he descubierto que no es un proceso lineal; es un laberinto de emociones entrelazadas que requiere paciencia y compasión hacia uno mismo.
Al explorar las páginas de “Love Never Ends” y “Déjalos Ir con Amor”, he encontrado consuelo en las experiencias compartidas por sus autoras. Sus palabras actúan como luciérnagas, iluminando el camino, una a una, a través de la oscuridad del duelo. Mi propio libro, “De las Cenizas al Amor”, es en sí un testimonio personal de la capacidad humana para transformar el dolor en amor, crecimiento y propósito de vida.
Es que juntos, tenemos el poder y la capacidad de expandir el diálogo sobre algo que todos tendremos en común mientras vivimos, desterrando los mitos y tabúes que lo rodean. La sociedad a menudo nos insta a ser fuertes, a ocultar nuestras emociones bajo una máscara de valentía. Sin embargo, la fortaleza real radica en la vulnerabilidad, en permitirnos sentir el dolor sin restricciones ni juicios.
Procesar un duelo es vital, tan esencial como respirar.
Negar el espacio para el dolor, no es de “fuertes”. Es negarnos la vida a nosotros mismos, es prolongar la agonía emocional y física. La fortaleza no se basa en la ausencia de lágrimas, sino en la disposición de soltarlas y aceptarlas como parte integral de la experiencia humana. Esto nos hará más libres y felices.
Sentir con conciencia la tristeza, el enojo y la confusión es un acto de autocompasión, un paso hacia la sanación completa. La sociedad, a veces, nos presiona para que superemos rápidamente el duelo, que actuemos como si nada pasó, como si todo estuviese bien justamente porque es “parte de la vida”. Sin embargo, cada individuo tiene su propio ritmo, y aunque la muerte es natural, el duelo también lo es.
A su vez, es complejo. Cada fase es única y merece ser experimentada plenamente. Es la opción más directa a sanar. Así que hoy y siempre, mi misión es recordarte a ti, que reconoces ese dolor del que estoy hablando, que está bien sentir, está bien llorar y está bien buscar apoyo cuando lo consideres necesario.